* Besalú y El puente de los judíos
Os invito a un viaje muy especial: un viaje en el tiempo, al Besalú de principios del siglo XI, para poder asistir a la construcción de su icónico puente y conocer de cerca el pueblo medieval. En su recorrido llevaremos, a modo de la guía Bradshaw, el libro de Martí Gironell, El puente de los judíos. ¿Me acompañáis en esta fascinante aventura?
Primero fue Los pilares de la tierra de Ken Follett, segundo La catedral del mar de Ildefonso Falcones, y después el libro que nos ocupa, El puente de los judíos.
Tal vez, cronológicamente fuera así. Pero mucho me temo que no en calidad.
El puente de los judíos es una de esas novelas que promete, pero que decepciona. Lo tiene todo para ser una muy buena obra: ameno, fácil de leer y bien documentado. Pero es como si se hubiera quedado en un esbozo. Bien desarrollada hubiera sido, sin duda, un novelón de 500, o incluso 1000 páginas. Personalmente opino que al autor le ha faltado dar más cuerpo a toda la historia y, sobre todo, profundizar en los personajes. No solo tenía que haber hecho un mero retrato de ellos. Tenía que haber ahondado en su biografía, en su almas, en sus inquietudes, alegrías y penas. Y, por último, debía haberse extendido en algunos relatos que, tal como están, no tienen mucho sentido en el conjunto de la narración. Hacen que el lector se pregunte ¿a qué viene esto?.
Después de esta breve, pero negativa crítica, supongo que no entenderéis porqué saco a colación este libro. La razón es sencilla. Hay algo que Martí Gironell hace muy bien en su libro: la descripción pictórica de la Besalú del siglo XI. Al fin al cabo, el autor nació y creció en Besalú, y además fue guía turístico. Todo eso se tiene que notar.
Juguemos a imaginar que somos señores o damas que se acercan a Besalú un día de mercado y, como les dije al inicio de este post, llevemos como callejero y brújula El puente de los Judíos. Retrocedamos a los primeros años del siglo XI, ¡adelante!.
Parecerá una perogrullada, pero para entrar a la capital del condado de Besalú no hubiéramos podido cruzar por el puente, entre otras razones, porque no existía. Tal vez sí, otro anterior, río arriba. Pero nosotros hemos tenido que cruzar la riera de Capellades y enfilar un escarpado sendero que nos lleva a una de las puertas de entrada a la ciudad, no sin antes asistir a la misa y encender una vela en la iglesia de Sant Martí para dar gracias por el buen viaje.
Traspasada la muralla, lo primero que nos llama la atención ha sido el castillo situado en la cima de una colina y rodeado de otra muralla diferente a la que circunda la ciudad.
Bajando por las calles, cuyo suelo está formado por una masa de barro y estiércol, y acampando a sus anchas gallinas y cerdos, nuestros pasos nos llevan hasta la Plaza del Mercado, donde la actividad es frenética. Escuchamos los gritos de oferta, compra y venta, los regateos, el martilleo del herrero y la música de algún juglar. Los olores percibidos también son diversos: el de la comida, las especias, los perfumes y las hierbas medicinales, todo mezclado con el rancio olor de las boñigas de los animales, y de algún que otro ser humano.
Hemos hecho nuestras compras y dejando atrás todo el ajetreo de los mercaderes, nos vamos a recorrer la villa.
Hacia el este, la judería se extiende tras una puerta que se abre al principio de la calle Rocafort. La curiosidad nos puede, y la traspasamos. Un conjunto de calles laberínticas, acogedoras, hospitalarias, llenas de tiendas nos da la bienvenida. Seguimos por una calle que desembocaba en una plaza no muy grande, donde se levantaba la sinagoga, el centro de vida de la comunidad, formada por un conjunto de estancias como la escuela, o los baños (o micvé).
NOTA Nos hubiera sido imposible entrar en los baños, pero como con la imaginación todo se puede, nos atrevemos a bajar un pasillo estrecho que parece el interior de un cañón. Tras varios escalones llegamos a una estancia poco iluminada con una ventana aspillera, ocupada por una piscina rectangular de losas de piedra. En ella se practican los baños de purificación del cuerpo y del alma.
NOTA Nos hubiera sido imposible entrar en los baños, pero como con la imaginación todo se puede, nos atrevemos a bajar un pasillo estrecho que parece el interior de un cañón. Tras varios escalones llegamos a una estancia poco iluminada con una ventana aspillera, ocupada por una piscina rectangular de losas de piedra. En ella se practican los baños de purificación del cuerpo y del alma.
Salimos de la judería y bajamos por un callejón que hace pendiente. Nos dirigimos a un grupo de casas que crece en torno a la iglesia de Sant Vicenç. Aquí las casas son más sencillas, de construcción humilde como la gente que las habita.
Más al norte, y nos encontramos en el vecindario de Vila-robau y el Torell, habitado por tejedores, arrieros, braceros y jornaleros.
De nuevo, atravesamos el mercado y enfilamos por el callejón que nos conduce a las afueras de las murallas. Cruzamos el torrente de Ganganell y entramos en el Prado de Sant Pere, una gran explanada que preside el monasterio del mismo nombre. En sus puertas nos espera un fraile, que nos acompaña a través de diversos pasillos y estancias del monasterio, el claustro, la biblioteca y las cocinas, hasta llegar al refectorio. Hoy comemos con el abad. Tras la comida nos lleva a conocer el hospital, que al amparo del monasterio, acoge y alimenta a los pobres, niños abandonados, personas enfermas y peregrinos Tras dejar un considerable donativo para estos menesteres, abandonamos el monasterio.
Cae la noche y regresamos...
De nuevo, atravesamos el mercado y enfilamos por el callejón que nos conduce a las afueras de las murallas. Cruzamos el torrente de Ganganell y entramos en el Prado de Sant Pere, una gran explanada que preside el monasterio del mismo nombre. En sus puertas nos espera un fraile, que nos acompaña a través de diversos pasillos y estancias del monasterio, el claustro, la biblioteca y las cocinas, hasta llegar al refectorio. Hoy comemos con el abad. Tras la comida nos lleva a conocer el hospital, que al amparo del monasterio, acoge y alimenta a los pobres, niños abandonados, personas enfermas y peregrinos Tras dejar un considerable donativo para estos menesteres, abandonamos el monasterio.
Cae la noche y regresamos...
... al Besalú del siglo XXI, para darnos cuenta que, aunque su fisonomía sigue siendo muy medieval, y que se han conservado en muy buen estado muchos de sus edificios y monumentos, también se han producido bastantes cambios. Esto ha sido como buscar las siete diferencias. Pero eso no es malo. Significa que la ciudad todavía está muy viva.