sábado, 4 de febrero de 2017

FRANCAMENTE QUERIDA, ME IMPORTA UN BLEDO
* El desamor

 
Tengo una amiga que siempre me comenta que no le gustan los finales felices... se entiende que en las películas románticas. Hace poco me volvió a recordar esa máxima suya, al salir del cine (no desvelaré qué película fuimos a ver, para no chafar su final a nadie).
 
Yo no puedo estar más desacuerdo con mi amiga. Por más que el cine nos haya regalado finales (de los tristes) apoteósicos, míticos, insuperables. Por más que las lágrimas derramadas frente a la gran pantalla  nos ayuden a descargar adrenalina, liberar tensiones y eliminar emociones negativas, que acaben provocando, incluso, un bienestar físico (sí, sales del cine como nuevo), a mí me recuerdan mucho a la p... realidad. Demasiado para que me puedan gustar. Y todo aquél que haya sufrido de desamor lo entenderá perfectamente (me remito al estupendo artículo de The Sweet Words,  "El desamor es muy cutre").
 
Voy a hacer un ejercicio de imaginación para mirar más allá del final desdichado de una película. Exactamente igual que se suele hacer con los finales felices, cuando nos cuentan que seguramente la protagonista acaba descubriendo que a su maravilloso príncipe azul le huelen los pies y ronca como un camión.

Tomo como modelo para este juego, y apoyar mi postura, la clásica  Lo que el viento se llevó (Gone with the wind). Quién más, y quién menos conocerá a su personaje principal  Scarlet O'Hara. Una mujer de rompe y rasga, dura, rebelde, independiente, alejada de los convencionalismos sociales de su época. Sin embargo, Escarlata acaba sufriendo por culpa del desamor, cuando se da cuenta que el amor de su vida lo ha tenido delante de ella durante todo el tiempo, y lo reconoce justo en el momento del desenlace de la historia. Pero ya es tarde. Su marido, Rhet Butler, le abandona, dejando en el aire la célebre frase: "Francamente, querida, me importa un bledo" ("Frankly, my dear, I don't give a damn"). Recordarán que la película acaba con una Scarlet llorando amargamente sobre las escaleras de su mansión.

 
"Francamente, querida, me importa un bledo"
Imagen de Google.es

Omitiendo la secuela de la novela Lo que el viento se llevó, la obviable Scarlet de Alexandra Ripley, siempre he fantaseado sobre la idea de un final sobre el final de la historia entre Scarlet y Rhett, en el que los dos se reencuentran, liman sus asperezas, y por fin saben verse mutuamente como la pareja de enamorados que son. Pero mientras no dejo de pensar, y lo único que puedo visualizar, es el tormento que debió padecer la señorita Escarlata, allá, en su querida Tara, donde fue a aliviar sus penas y congojas, y la verdad que no la envidio nada.
 
Rosa Montero, en su libro La carne, refleja muy bien la tortura del desamor:

"Fracasar en el amor desataba el apocalipsis. Las rupturas sentimentales no se limitaban a reventarte el corazón: su onda expansiva debía de llegar hasta la base misma de tu personalidad, porque además te destruían el mundo...".
"Cuando llegaba el desamor, la vida dejaba de tener sentido. Sombras y sufrimiento, y un vacío interior que abrasaba como una quemadura...".
"Era como si, al perder la ilusión embellecedora de la pasión, quedara al descubierto la acongojante realidad. Las roñosas bambalinas tras el decorado...".


Que no, que no! Que el desamor, ni en película!